18 dic 2012

El fin del mundo de Roberto Arlt


Estamos a pocos días de vivir un nuevo fin del mundo, quizá el más esperado de lo que va del siglo XXI. Debo decir que no tengo mayor expectativa sobre el evento, lo único que me estimula de esto son las manifestaciones de temor que genera esta situación.

Las más alucinadas coincidencias se abren paso en la cabeza de la gente, que no deja de forzar el escenario para hacer crecer el rumor de lo que parece, en sus mentes, inevitable. Y es que para muchos lo que ocurrirá el 21 de diciembre ya no se trata solamente de una predicción maya. Hace unos días escuché una versión muy particular que incluía como prueba del fin del mundo el número de reproducciones en Youtube de “El baile del caballo” (Gagnam style). Desde mi punto de vista, una exquisita mezcla de lucidez apocalíptica y mal gusto.

Pero ya dejemos este tema y vamos a Roberto Arlt.

En medio de todo este divertido asunto, recordé el cuento “La luna roja” de Roberto Arlt. Tremenda joya llena de hermosas descripciones de pánico, motivadas por una fuerza muda que se va apoderando del clima en general. La genialidad de Arlt enaltece la ridiculez natural del ser humano, la hace esencial. De a pocos nos sumerge en un mundo que advierte su fin, pero que no hace nada por evitarlo. Sin duda, se trata de la voz más descontenta de un Arlt angustiado.

No diré más pues no pretendo hacer de crítico literario. No paso de ser un admirador de la obra de Arlt, dueño de un blog. Lo que sí me gustaría es que se den un tiempo para leer el cuento, es pequeño así que no les tomará mucho tiempo. Tomen como excusa el fin del mundo, estoy seguro que les va a encantar.

Solo para terminar, les dejo la imagen que más me gusta del cuento. El día en que todo se acabe, yo quisiera ser testigo de esta escena:

“Del tumulto de las bestias, engrosado por los caballos, se había desprendido el elefante, que con trote suave corría hacia la playa, escoltado por dos potros. Estos, con las crines al viento y los belfos vueltos hacia las apantalladas orejas del paquidermo, parecían cuchichearle un secreto.”

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